Gracias a los nombres científicos de las plantas podemos referirnos a una en concreto con total certeza, aunque como en todo, siempre hay excepciones.
En muchas ocasiones encontramos en la documentación de las plantas, junto al nombre común, un nombre de dos palabras en latín. Por ejemplo al lado de Albahaca… Ocimum basilicum. ¡Y qué significan estas dos palabra? Pues es la forma más simple de referirse a esta planta sin la necesidad de tenerla que describir. La primera palabra identifica el género al que pertenece y la segunda a su especie.
Evidentemente esto no ha sido siempre así y era fácil encontrar a una misma planta nombrada de forma distinta en según qué libros botánicos antiguos se tratase. Después de varios intentos en poner los nombres científicos de las plantas consensuados por todos, se llegó al acuerdo de adoptar la nomenclatura utilizada por el naturalista sueco Linneo. Esta nomenclatura es llamada binaria o binominal y es la que está en vigor actualmente.
Gracias ello, ya podemos referirnos internacionalmente a una misma planta con el mismo nombre, al marquen de que en cada país, región o ciudad, por un factor cultural se la pueda llamar de forma muy variada.
Otro aspecto relacionado con los nombres científicos de las plantas es la variedad. Aquí ya entra en juego el obtentor de la misma que posee total libertad para signarle su nombre. Lo mismo sucede a la hora de “bautizarla” con un nombre comercial, bajo un mismo concepto de marca comercial.
En estos dos últimos casos, estos nombres pueden llegar a ser patentados para su protección desde un punto de vista de reproducción, de forma que nadie las pueda cultivar sin el permiso del obtentor o propietario de la licencia, salvo el pago de su correspondiente royalty.
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